Todo actor o actriz tiene una época dorada en la que la fama crece a la par de su presencia en películas destinadas a perdurar en la historia. Pocas dudas caben de que la de Sylvester Stallone va desde 1976 (cuando moldeó las aristas de un boxeador llamado Rocky Balboa, italoamericano laburante y tenaz que pelea abajo y arriba del ring) hasta bien avanzada la década de 1980; un periodo en el que la era Reagan prohijó la aparición de decenas de héroes de acción, entre ellos John Rambo, que combatieran contra todo aquello que oliera a comunismo. Desde entonces, y más allá de alguna excursión esporádica hacia terrenos novedosos, Sly volvió una y otra vez a sus criaturas predilectas o, en su defecto, a alguna que se le pareciera. Tal es el caso de Barney “Esquizo” Ross, el cabecilla de los descastados que andan por el mundo prestando servicios a gobiernos para tareas que, por sucias e ilegales, oficialmente no pueden hacer.