En el cine, la distancia entre la dignidad y el fracaso puede ser mínima. Ni hablar del éxito, una meta siempre para pocos, sino apenas del mérito de conseguir que una película entregue al menos un motivo, una excusa para no decir de ella solamente que es fallida, mediocre, desafortunada, intrascendente o simplemente mala. Puede tratarse de un logro técnico, de un detalle en la trama, de la construcción de un personaje e incluso de una escena o una secuencia que la salvan del purgatorio de los adjetivos. A veces, como en el caso de Detrás de la verdad, tercera película del estadounidense Miles Joris-Peyrafitte, esa diferencia la hace un nombre: el de la actriz Hilary Swank.