Puede decirse que Shirley es una película clásica en muchas direcciones. Lo es en el terreno de las biopics, contando un momento específico en la vida de Shirley Chisholm, la primera diputada negra en ingresar al Congreso de los Estados Unidos. Lo es también en su intensión de rescatar una figura importante del pasado que refleje las luchas del presente, que más de medio siglo después no son muy distintas de las que impulsaban ala protagonista. Y no resulta menos modélica respecto de la tendencia actual de hacer del cine una industria más inclusiva, atenta darle espacio a sectores usualmente relegados, no solo en el terreno de la representación, sino también dentro del trabajo que genera el enorme aparato de una industria como la de Hollywood.