El ser humano, hecho a imagen y semejanza del mundo, está compuesto por un 70% de líquido. Es decir, las personas se parecen más al planeta que a Dios, que es 100% dialéctica, pero ese es otro tema. Mejor volver al agua, esa frontera infinita y subexplorada que justamente se abre como espejo y contracara de lo celestial. Ambos abismos son objeto desde siempre de distintas fantasías, curiosidad que el cine se ha encargado de replicar y multiplicar. Aunque, debido a cuestiones técnicas, siempre le resultó más sencillo resolver las puestas en escena en el espacio exterior que bajo el mar. Pero gracias al apogeo de la tecnología digital, las películas acuáticas parezcan vivir un auge, del cual el estreno de Sin aire resulta un emergente.