Hay historias que el cine elige narrar desde la velocidad y la adrenalina, como si se tratara de una carrera en la que se busca dejar al espectador extenuado y sin aliento. Esa es la forma que suelen adoptar las películas de acción que, como los tiburones, necesitan sostener un movimiento perpetuo para mantenerse vivas. En el otro extremo están aquellos relatos que no le temen ni a las pausas ni a los desvíos, en la que los pequeños detalles pueden adquirir una dimensión descomunal a fuerza de observación y paciencia. Si se la juzgara por su sinopsis, Cuestión de sangre, dirigida por Tom McCarthy y protagonizada por Matt Damon, daría la impresión de pertenecer a la primera categoría, sin embargo se encuentra mucho más cerca del segundo grupo. Damon interpreta a Bill, un obrero áspero y huraño que debe viajar a Marsella para visitar a su hija, que se encuentra en prisión. La chica fue hallada culpable del asesinato de una compañera de universidad con la que compartía el alquiler y mantenía una relación sentimental, pero tras cinco años de encierro sigue sosteniendo su inocencia. A pesar del esfuerzo realizado para ver a su hija, a Bill le cuesta entablar un contacto genuino con ella y pronto queda claro que la relación no es sencilla. La joven no confía en él debido a sus fallas como padre, que incluyen abandonos y adicciones. Sin embargo, cuando se entera que hay un testigo que puede cambiar la sentencia que pesa sobre ella, y ante la falta de iniciativa de la justicia por reabrir el caso, Bill tomará la responsabilidad de investigar por su cuenta.