Previsiblemente, el anuncio del estreno mundial de No me llame Ternera en la última edición del Festival de San Sebastián generó polémica, aunque el intento de boicot para que el documental no se exhibiera sorprendió a propios y ajenos. Una carta firmada por cerca de quinientos intelectuales españoles le pedía al director del encuentro cinematográfico que el título fuera retirado de la programación, advirtiendo que se trataba de un esfuerzo por “limpiar” el nombre de la figura retratada, José Antonio Urrutikoetxe, más conocido como Josu Ternera, alguna vez consignado como el número uno de la organización terrorista ETA. Desde luego, ninguno de los firmantes había visto aún el film y la respuesta de José Luis Rebordinos, responsable máximo del evento donostiarra, respondió públicamente la misiva con la demanda de que la película debía “de ser vista primero y sometida a crítica después, y no al revés”, aclarando asimismo que “el cine es, entre otras muchas cosas, fuente de la historia y se ha ocupado a menudo de llevar a la pantalla a perpetradores de episodios de violencias injustificables”.