La última película de François Ozon es una fiesta, como lo era París en el período de entreguerras, más allá de los nubarrones que se avizoraban en el firmamento. Precisamente en 1935 transcurre la acción de Ese crimen es mío, basada en una relativamente olvidada obra teatral escrita por Louis Verneui y Georges Berr y estrenada en Montmartre un año antes. Y la fiesta es diáfanamente farsesca, aunque no necesariamente teatral: el director de Gotas de agua sobre piedras calientes sabe y mucho de las diferencias esenciales entre las tablas y la pantalla, dos primos lejanos cuyo parentesco es (debería serlo) apenas superficial.