Albertina Carri sopla veinte velitas. En realidad, quien cumple años no es ella, sino su segundo largometraje, Los rubios, que a partir de sus primeras proyecciones en un lejano Bafici, allá por el año 2003, se transformó en uno de los pilares de aquello que fue bautizado por la prensa especializada como Nuevo Cine Argentino. La manera en la cual la realizadora, por entonces de treinta años, (re)elaboraba cinematográficamente su propia historia personal como hija de padres desaparecidos –su madre Ana María Caruso y su padre Roberto Carri, ambos militantes de Montoneros, fueron secuestrados en 1977– fue tan revolucionaria como inteligente y sensible. Un juego alrededor de cuestiones ligadas a la memoria íntima y colectiva en la cual el registro de lo real se entrelazaba con diversas ficciones posibles (allí está la actriz Analía Couceyro con su peluca rubia, imagen imborrable, permeada por la historia de Carri y ahora parte esencial de la historia del cine argentino contemporáneo).